Entrevista a Febles Ceriani

«Un soplo de frescura a la Escuela Torresgarciana»  

«Un soplo de frescura a la Escuela Torresgarciana» así lo definió el crítico español José Arribas, porque Febles Ceriani nos cautiva con su universo geométrico, laberíntico y escondido. Desde muy pequeño su paso por el mítico Taller «El Molino» marcó su vida y lo llevó a nunca dejar de lado sus pinceles, pese a su paso por una intensa vida empresarial.  Su arte y taller Pocositio está rodeado de esa misma magia que nos invita a mirar una y otra vez su obra. ¡Te invitamos a conocerlo!

¿Cómo llegó la pintura de tu vida?

Mi papá tenía una ferretería en Malvín y a la vuelta había un templo, papá era amigo de Saúl, el casero. Ahí había un señor que daba clases de pintura para los gurises, así que a los 8 años, para que no estuviera molestando en la ferretería (risas) me mandaba para ahí. Ahí nos enseñaban acuarela, una técnica difícil, pero como no es tóxica y se lava fácil era apropiada para niños. Más tarde, a los 12 años fui a la Continental School, en 18 y Ejido, ahí tomé clases de dibujo. 

¿Cómo se lo tomaba tu familia? 

Mamá me apoyaba, pero papá me decía que me dedicara a algo serio, aunque papá genial en realidad, Saúl era carpintero y papá le mandó que me hiciera una valija de madera de pintor y como me encantaba el dibujo animado, también le encargó una mesa con tapa de vidrio con una luz abajo, -los planos venían en las lecciones-. Mi papá, siempre muy práctico y comercial, me vinculó con unos amigos de una agencia de publicidad. Allí estuve trabajando, pero no me gustaba porque, por ejemplo, tenía que hacer el logo exactamente igual, del mismo color… eso me aburría mucho. 

¿Cómo siguió tu formación? 

Cuándo empecé el Liceo 15, tenía que pasar por El Tajamar de Carrasco, una construcción de piedra con un techo de quincho. Veía gente pintando con caballetes en el parque y me parecía que estaba bueno, así que con 13 años me acerqué y le pregunté a Raúl Deliotti cómo era el tema del taller. Me pidió que le acercara una carpeta con mis trabajos, así que un día agarré coraje y fui, justo no estaba, pero me atendió Alceu Ribeiro, discípulo del Maestro Torres García. Ese era el Taller “El Molino”. Alceu, alto y con una frondosa melena blanca, me preguntó: «-Botija, ¿vos queres aprender a pintar o ser pintor? -Ser pintor, le dije. -Entonces quedate.» Así que comencé a armar bastidores, fondear cartones, restaurar pinceles, hacer óleos y a veces pintaba. Estábamos todo el día, era fantástico, siempre estaba sonando el Sodre con música clásica… son cosas que me quedan hasta el día de hoy.

¿Nos puedes contar algún aprendizaje?

Por ejemplo, hacíamos muchísimas naturalezas muertas, porque cuando armas el modelo ya estás componiendo. Después el termo puede pasar a ser un edificio, el mate otra cosa, podes hacer lo que quieras, es algo que tenes al alcance. También salíamos a tomar apuntes con lápiz, goma y libreta. Porque la cámara ve demasiado, el ojo elige. Usábamos el “Auxiliar de encuadre”, qué era un cartón con una ventanita que usábamos­ para enfocar y evitar el caos visual que teníamos alrededor. Al poco tiempo Alceu se fue para España, estuve poco con él, pero Deliotti era un gran maestro de pintura y de vida, un ser entrañable que quise muchísimo.  

Cuéntanos de tu “otra vida”

Nunca dejé de pintar, pero a los 15 años entré de cadete a Tienda Inglesa y con 20 años era el subgerente más joven. Estoy eternamente agradecido con los Henderson porque me enseñaron a trabajar, aprendí mucho. En determinado momento me fui a Buenos Aires y pasé frente a un supermercado gigantesco y me propuse trabajar ahí. Cuando me presenté con el jefe de personal, me dijo que no había cargo para mi perfil de gerente. Le dije que trabajaba de gondolero igual, ¡él no lo podía creer! Así que arranqué y rápidamente me convertí en gerente. Después del golpe de estado en el 76 la cosa se había puesto espesa, me volví con el objetivo de trabajar en cualquier lado que no fuese Montevideo. Así que me vine a Maldonado, trabajé en dos supermercados, pero en los 80 decidí dejar toda mi actividad empresarial y dedicarme a la pintura: no me corté más el pelo, no usé más corbata, ni reloj, ni agenda. Por eso le llamo mi «otra vida» ¡Gente que me conoció de traje y corbata no lo puede creer!

¿Cómo te estableciste como pintor?

Ahí fue que ingresé a un stand de la feria de Punta del Este y estuve 10 años vendiendo postales dibujadas y acuareladas de la zona. Después pasé al sector de la “Calle de los pintores” y fue cuando me contactaron de Galería Manzione, Galería MVD y Juan Palleiro. Tuve la suerte que se ha ido consolidando todo y he tenido la oportunidad de viajar y hacer muchas exposiciones. Especialmente he viajado con Diego Alexandre Asi, gran amigo y compañero de taller, artista Madí radicado en España, con quien tenemos el gusto de haber inaugurado  el Taller Pocositio Artesur en L’Alfàs del Pi, España. La galería Imaginarte nos representa en Europa, y hace poco expuse en ‘Carrousel du Louvre’ en París, un verdadero orgullo. 

¿Desde cuándo pintas puertos? 

La serie de los puertos empezó a partir de la época que trabajaba con Galería MVD, frente al Mercado del Puerto. Cuando iba a la Ciudad Vieja quedaba maravillado, para mí los cuadros se veían a través de la ventanilla del ómnibus, veía un auto, una chimenea, una grúa, un tren y era una gran composición de cosas. A partir de ahí arrancó toda la serie de los puertos, ¡no fui marinero como piensa la gente! (risas).

¿Qué otras series venís trabajando? 

Tengo series muy locales, en donde se ven casas de La Barra que ya no están, con el fondo de los humedales, o con ventanas en donde aparece un puerto, porque se van mezclando las series. Me gusta mucho el misterio y no saber a dónde me va a llevar el lienzo. “Si ya sabes cómo va a quedar, ¿para qué lo vas a pintar?”, es una frase adjudicada a Picasso que tomo como mía. Después tengo la serie llamada “Eco”, en homenaje a Umberto Eco y su obra “El nombre de la Rosa”, hay escaleras que no van a ningún lado, escaleras que bajan. Me gusta mucho.

¿Estás trabajando con collages actualmente?  

Sí, estoy haciendo cosas muy distintas, por ejemplo, ahora arranqué una serie en conjunción entre los cuadros de los puertos y los collage. Tienen la particularidad de tener algún homenaje. Por ejemplo, el otro día llevé a la inauguración de una exposición un cuadro que tenía una frase que decía: “No se olviden de Cabezas”, el legendario fotógrafo que asesinaron. Al día siguiente leo en La Diaria a la hija de Cabezas escribiendo, porque se hacían 25 años del asesinato del padre. ¡Increíble casualidad! 

Sos uno de los impulsores del paseo patrimonial de autos clásicos que se hace todos los años, ¿cómo surgió esta iniciativa?

Juan A. Folle cuando tenía que hacer algún regalo especial, se acercaba al taller y le encantaba revolver, cosa que a mí me encanta. De repente agarró una carpeta y estaban los dibujos de los autos clásicos. ‘Mi descanso de la pintura es dibujar autos viejos’, le dije. Resulta que a él también le gustaban, así que me presentó a algunos amigos que estaban relacionados con el tema. De estos encuentros nació la idea de hacer un paseo patrimonial de autos clásicos, ya que el auto es un patrimonio de la cultura. Hoy hace 15 años que hacemos un recorrido que empezó siendo desde Maldonado, pasando por San Carlos, Pan de Azúcar, Piriápolis, Punta del Este y retornando a Maldonado. Ahora hacemos uno más corto, pero no deja de ser una experiencia fantástica. 

¿Desde cuándo te gustan los autos clásicos?

Siempre me interesó el auto por el diseño, en las década del 60 y 70 hacían una escultura y le ponían un motor adentro, ¡eran una joya! y a partir de ahí siempre me gustó dibujarlos. 

Incluso cuando comencé a trabajar en Tienda Inglesa salía una revista argentina que se llamaba «Automundo», así que le pedí al canillita del barrio si me la podía traer. Tengo desde el número 0 hasta el número 300, cuando dejó de salir. 

¿Cómo conociste L’Alfàs del Pi?

Cuando estuve por Barcelona una consul nos había invitado a dar una charla con Diego en Málaga. A través de un amigo la presidenta de la Colectividad Uruguaya en Alicante y L’Alfàs del Pi, Rina Castellu­cci, se enteró que íbamos para allí, así que, como era a mitad de camino, nos invitó a hacer una parada por el pueblo. Lo de Málaga se canceló, así que decidimos ir de todos modos a conocer L’Alfàs. Cuando llegamos nos recibió el alcalde, el director de cultura, el concejal de cultura y el director de ambiente. ¡Algo impresionante! Es un lugar muy lindo.

¿Cómo fue abrir el Taller Pocositio allí?

Una experiencia buenísima, ahora lo tenemos cerrado, pero antes de la pandemia se generó la posibilidad de alquilar un espacio taller con el objetivo de que los uruguayos tengan la posibilidad de exportar cultura, de tener un lugar en donde poder trabajar cuando viajan. Porque cuando te invitan a exponer en Europa, ¡se supone que te deberías de alegrar!, pero cuando te enterás de todo lo que tenes que hacer… te haces el harakiri con un pincel (risas). Es caro, complicado y además no podes vender, lo que te llevas lo tenes que traer de vuelta y te lo retienen en la aduana hasta que a ellos se les ocurra. 

 

¿Cuáles son tus planes a futuro?

En breve viajo a España y me voy a quedar unos meses. Voy a estar todo mayo pintando, porque tenemos una serie de exposiciones propuesta por Vicente Escrig, el Director de Cultura de allí. De hecho, en España, la Jura de la Constitución Uruguaya se celebra en L’Alfàs del Pi el 18 de Julio, así que el día previo inauguro una exposición individual. Me considero un militante de la cultura, así que la verdad que estoy muy contento con lo que se viene y con los proyectos que tenemos en desarrollo. 

Taller Pocosito (La Barra)
Mail de contacto: tallerpocositio@gmail.com

 

Comentarios

  • Daniel
    14 marzo, 2022 a 22:18

    Conozco a Washington, he charlado mucho con él y todo su relato es auténtico, riquísimo y magnífico.
    Es un artista sin techo, vuela muy alto con una humildad increíble, cómo son los genios !!

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